Homenaje a Matildita en su Cumpleaños
Un día como hoy, unos cuantos años atras, nació un niña en un pueblito tan pequeño e insignificante que ni siquiera está señalado en el mapa. Era la quinta hija de un matrimonio de campesinos pobres.
De los primeros años de su infancia en aquel pueblo remoto solo quedan recuerdos imaginarios. Era una niña delgada, de piel blanca y cabello negro ensortijado, ojos grandes y expresivos y un tonillo melodioso al hablar que más tarde se convertiría en voz prodigiosa.
Se llamaba Matildita. La imagino desde pequeña ayudando a su madre en sus sucesivos partos, cuidando a sus hermanas menores, respetuosa de Dios y de sus mayores.
Segura estoy que quizá se permitió alguna travesura, cualquier cosa insignificante que más tarde le trajera un doloroso cargo de conciencia. E imagino a Dios sonriendo divertido ante su inocencia.
De aquellos remotos parajes, los padres de Matildita se trasladaron laboriosamente hasta la capital. Un viaje largo y extenuante del que ella sólo conservaba un vago recuerdo.
Al llegar a la capital ya eran seis hermanos, y pronto llegaron dos más. A los padres les resultaba dificil mantener un hogar con ocho hijos, pero afortunadamente los tres mayores ya estaban en edad de ganarse el sustento y ayudar un poco a la familia.
Una vez instalados modestamente en un barrio poblado, en su mayoría, por inmigrantes españoles, el padre de Matildita consiguió trabajo en los muelles del puerto. La madre cuidaba de las cinco hijas más pequeñas.
A Matildita le gustaba patinar. Era su más preciada diversión. En aquellos edificios antiguos de largos pasillos, ella daba rienda suelta a sus dos pasiones, el canto y el patinaje. Patinaba entonando melodías populares con aquella voz que desconcertaba a cuantos la escuchaban. ¿Cómo podía aquella chiquilla delgadita y tíimida poseer semejante vozarrón? Se preguntaban.
Pero el talento de Matildita no se limitaba a una voz de extraordinario alcance. Poseía además el dominio del cante hondo, el cante flamenco, con el característico gorgogeo que muy pocos gitanos genuinos han logrado inmortalizar.
¿De donde le venía ese talento artístico a la hija de los campesinos? Dicen que de su abuela. O quizá fue el regalo adelantado de Dios por ser tan buena hija, tan buena hermana, tan buena esposa, tan buena madre, y tan buena amiga, sin dejar de ser perfectamente humana
A los once años de edad, la niña de Dimas, el pueblecito perdido en lo más remoto de la provincia de Pinar Del Rio, reventó en aplausos emocionados el legendario teatro Marti, al presentarse en el programa de búsqueda de talentos de aquella época conocido como La Corte Suprema del Arte.
La llevó su hermano mayor, a escondida de su padre, pero animada por amigos y otros familiars a los que también habia impresionado con su arte.
Matildita triunfó en Cuba con su pico de oro, y disfrutó una exitosa carrera, primero en la radio, donde se le llamaba La Voz Gitana de la Radio, y después en la televisión, en donde fue de las primeras artistas cubanas en tener un programa, Coplas, Guitarras y Castanuelas.
En sus primeros años de vida artística, acompañada y protegida siempre por sus celosos hermanos mayores, se la vinculó románticamente con el campeón italo-americano de boxeo Tony Cazoneri, que a la sazón visitaba la isla, pero eso sólo fue un ardid publicitario porque Matildita, que para entonces ya era conocida con todas las letras de su nombre, Matilde Camejo, se enamoró a los 14 años del escritor Juan Herbello, hombre al que le dedicó su vida y por el que sacrificó lo mejor de su carrera para convertirse en esposa y madre.
Matilde nunca visitó España, porque cuando se le ofreció el contrato para presentarse con las grandes figuras de la música flamenca, ella prefirió no separarse de Juan. Pero España estaba en ella, nació con ella, vivió con ella. Matilde se conocía España como la palma de su mano (así recuerdo que lo decía). Y podía imitar las diferentes formas de hablar de los españoles de cada región como si hubiera vivido en cada una de ellas. Además de cantar flamenco como nadie, recitaba los versos de Lorca con la misma pasión con que él los escribiera. Parecía que realmente había encarnado el alma de su abuela.
Matildita, la Niña de Dimas, la Voz Gitana de la Radio, la amante esposa de Juan Herbello, mi mamá querida, ya no está fisicamente en este plano. Nos dejó hace cinco años para reunirse con los ángeles que la enseñaron a cantar.
Pero hoy es su cumpleaños y mi hemana y yo y todos los que la queremos y a los que ella quiso lo celebramos porque tendremos siempre fresca la huella de su paso por la vida.