Wednesday, August 6, 2008

Madre Sustituta



Ayer, tarde en la noche, pasé por el cuarto de aseo (quiero decirlo lo más fino posible para que la gente no empiece a crearse imágenes de lo que pude hacer en el “cuarto de aseo” a esa hora) y de pronto divisé algo extraño en uno de los cepillos de diente.

Era un bebé lagartija que de tanto frío que tenía se había quedado paralizada sobre las cerdas de un cepillo.

¡Albricias! ¿Qué es esto? (Bueno, no dije albricias. Solté una expresión un poco más vulgar con la que no quiero estropear la poesía de este relato) – me dije y con la misma acerqué los ojos a la mancha carmelitosa que mis cansadas pupilas no acababan de enfocar.

-¡Dios mío! ¡Es una largartijita! ¿Qué haces ahí muchacha? Si, a mi edad la gente habla con los animales y los objetos inanimados con más frecuencia que con los humanos que nos rodean.

Con mucho cuidado quise agarrarla, pensando que se me iba a escapar con esa rapidez tan propia de su especie. Pero no. Estaba realmente paralizada por el frío que hay en mi casa y que todo el mundo siente menos yo…(no porque sea muy fogosa sino porque…bueno, ¿para qué dar explicaciones que nadie me ha pedido?).

Lagartijita se acomodó en mi dedo índice y se abandonó al calor de mi sangre, que gracias a la aspirina que me tomo diariamente fluye con la ardentía de mi herencia tropical, saltando todos los escollos (entiéndase placas) que se atraviesan en mis venas.

Yo con un sueño tremendo y sin saber que hacer con ella enganchada en mi dedo. Pensé en acostarme y dejar la mano así, puestecita ahí…pero no porque cuando me durmiera y me moviera la iba a aplastar.

Pensé en ponerla en una cajita con un bombillo, pero no encontré lo necesario para fabricar ese artefacto en aquel momento y menos con una sola mano.

Finalmente me dije: Mejor la pongo afuera que hace buen calor, porque si la dejo adentro se muere de frío.

Salí a ponerla en la pared de afuera, bajo la lámpara que alumbra la entrada. Pero ella todavía no había recuperado su movilidad y dejarla así, a merced de los animalejos que salen a media noche a devorar bebes lagartijas abandonados por sus madres y luego por sus madrinas…¡No! Entré con ella de nuevo.

Esperé a que su diminuto cuerpecito se calentara, tras de lo cual comenzó a moverse rápidamente por todo mi brazo.

Con mucho dolor, porque en ese corto tiempo en que la acuné en mi dedo establecí una conexión maternal con ella, volví a salir a la cálida noche y la dejé en la pared de afuera, bajo la lámpara, pero al menos con sus cinco sentidos despiertos (o los que tenga) para esquivar a los animalejos de la noche.
Espero que haya sobrevivido…
¡Ay cómo la extrañiba!


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