Mi amiga Leonor, una de esas almas límpidas que se pasean entre otros mortales repartiendo alegrías, hace unos años me contó esta anécdota. Ojalá pueda transmitirla a ustedes con la misma gracia que ella me la contó a mí.
Por aquella época ella estaba soltera y sus hijas adultas, de modo que tenía bastante libertad para sus actividades. Yo a veces encontraba la oportunidad de escaparme con ella y las otras muchachas del trabajo a un que otro happy hour, pero mis niños estaban pequeños y mi tiempo para compartir con gente de mi edad, era muy limitado. Leo, por su parte, estaba en esa búsqueda de un compañero que pudiera satisfacer todas las inquietudes de su espíritu, su sensibilidad para la música, el baile, la poesía. A ella le gustaba salir, conocer, viajar, bailar y divertirse y la verdad es que se divertía fácil porque ella siempre le sonríe a la vida.
Ese día, Leo estaba sola y se sentía con deseos de hacer algo. Se dijo, “bueno, me voy a la biblioteca, por si acaso me encuentro a alguien que sea alguien con quien poder conversar de libros, al menos”.
Cuando llegó a la biblioteca se encontró que había un grupo de personas reunidas en lo que parecía una tertulia literaria. El grupo estaba sentado en círculo y al ella acercarse, enseguida le dieron la bienvenida y la invitaron a participar. Ella se sintió en las nubes. Encontró inesperadamente un grupo de personas que compartían, al menos, algunos de sus intereses y entre los que pudiera resultar quizás alguna valiosa amistad. Pronto se dio cuenta que el grupo leía y comentaban poemas. ¡Sublime! Pensó ella. Alguien le alcanzó un libro y ella siguió muy contenta la lectura que todos comentaban.
Al cabo de un rato uno de los participantes del grupo recitó un poema de su propia inspiración y seguidamente los demás continuaron haciendo lo mismo…”Oh, cuantos poetas” pensó Leo y en eso…le tocó el turno a ella. La tomaron por sorpresa cuando le pidieron que recitara un poema.-Oh, es que yo no he escrito ninguno – se disculpó sintiendo el rubor colorear sus mejillas- No importa – le animó uno de los poetas – recita alguno de los que te sepas. Leo recorrió velozmente su memoria en busca de unas estrofas familiares de entre algunas que había leído. El hecho de que gustara de la poesía no significaba que se hubiese aprendido ninguna, así…realmente…umm…Sentía un montón de pares de ojos sobre su piel y una gran necesidad de complacer la demanda implícita en aquellas miradas…y de pronto un recuerdo redentor acudió en su ayuda y prácticamente llegó a sus labios antes de que lo registrara su consciencia.
Con toda la seriedad que el momento requería, Leo recitó el único poema que en ese momento crítico acudió a su memoria:
Los zapaticos me aprietan,
las medias me dan calor,
y el besito que me dite
lo llevo en el corazón.
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