Wednesday, May 5, 2010

Mariel Treinta Años. La Embajada...qué era aquello!



Una vez que estuvimos todos del otro lado de la cerca, me tomé un segundo para mirar el panorama. Estabamos en en patio interior de la embajada, entre los dos edificios que la componían. Había tanta gente que todos estabamos de pie, sin poder hacer un espacio para sentarnos. Estábamos nerviosos pero contentos. Lo que fuera que era aquello, lo enfrentaríamos. Y para ello contábamos con el apoyo de un montón de gente más, todos aquellos que nos rodeaban, entre los cuales no tardé en distinguir al pintor que estaba pintando mi casa en el momento que llegó mi tío con la noticia de lo que había pasado en la embajada. Nos dio risa encontrarnos allí. Al parecer Enrique y yo no fuimos los únicos que "paramos la guataca" cuando el tío leyó aquella noticia increíble, pero cierta.

Nos fuimos desplazando lentamente hacia la pared del segundo edificio. Aquella noche no dormimos, por supuesto, no teníamos cómo. Recuerdo que tomábamos turno para sentarnos porque el espacio para tal lujo era muy limitado. Durante la noche la gente se dispersó un poco porque algunos se encaramaron en los techos y hasta en los árboles y otros (mujeres y niños) entraron en la casa. De alguna manera logramos asegurar aquél espacio contra la pared del segundo edificio, entre una areca grande que nos daba sombra y una mata de papaya que más tarde nos sirvió de alimento.

Recuerdo que cuando tuvimos sed, apareció una jarrita plástica que se pasaba de mano en mano para que la gente tomara agua. El agua venía de unas tuberías que bordeaban la embajada. Esa noche nadie pensó en ir al baño, ni en comer ni en ninguna de esas necesidades humanas. Estábamos tan satisfechos con haber logrado dar el primer paso para conseguir aquél sueño, que todo lo demas era secundario.

Lo único que no cesaba de apuñalarme el alma era saber el dolor y la preocupación de mi madre y mi hermana. Pero finalmente el instinto de supervivencia en medio de aquel espectáculo surrealista que estabamos viviendo, superaba mis angustias.

Al amanecer del segundo día ya teníamos aquél espacio vital asegurado. Estábamos todos sentados de espalda a la pared con los pies estirados. No podíamos movernos de allí para no perder aquella posicioón privilegiada. De nuestros pies para allá había un gran grupo de gente, amontonados en el patio interior, sin ninguna pared, ni matica que los protegiera del sol. La lluvia, a pesar que era el mes de abril, quedó suspendida de nubes milagrosas y no cayó ni una gota durante los diez días que estuvimos en la embajada. Pero la gente, para protegerse de los inclementes rayos de sol, rápidamente montaron casitas de campaña con sábanas blancas.

Con el sol del segundo día pudimos ver con más claridad todo a nuestro alrededor. Había gentes de todos tipos, de todas las edades, de todas las razas, de todas las procedencias sociales, de todas las ocupaciones y desocupaciones, niños de pecho, ancianas en sillas de ruedas, pioneros, militantes, militares, estudiantes, doctores, artistas, en fin, la más perfecta representación de todo el país, allí presente, manifestando el unámine descontento con la revolución y sobre todo, su máximo lider.

Continuará

(Esta historia continúa AQUI)



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