Más o menos para el tercer día ya estabamos familiarizados con la gente que teníamos alrededor.
A nuestro grupo de seis se había sumado una familia de tres: Papá, Mamá y un niño de 15 años bastante alto. Esta familia había llegado desde la provincia de Las Villas. No sé como se enteraron, pero llegaron a tiempo y traían una maleta grandísima de madera que ocupaba su buen espacio. También teníamos una pareja gay del otro lado de la areca y un mulatico, cuyo nombre no recuerdo, pero con quien en aquel momento hicimos pacto de amistad eterna y todo tipo de planes para encontrarnos una vez en libertad.
La pizza que trajo Joseph el día que salió y regresó, por supuesto no duro ni lo que un merengue en la puerta de un colegio. Pero los caramelos, el azúcar y el chocolate tratamos de consumirlos poco a poco porque eran nuestra única fuente de energía. Bueno, los caramelos se los dimos casi todos al nene de 15 años. El azúcar y el chocholate los tomábamos como una dosis medicinal, cada tres o cuatro horas una cucharadita para cada uno.
El asunto del baño no se solucionó hasta el tercer día. Mientras tanto, la gente seguía orinando en el cuarto aquel, que se desbordaba de orine y este comenzaba a correr por todo el pasillo lateral de la embajada hasta el frente. Por el dia no habia problema pero por la tarde, cuando cambiaba el viento, el olor a orine mezclado con tierra y sabe Dios que otras sustancias, no se podía soportar.
Yo no sé como los demás se arreglaron con el número dos, pero para mi era como si esa necesidad fisiológica no existiera. Si yo no tengo privacidad y comodidad para esa función, mi cerebro no dispara la orden. Así me pasaba en las escuelas al campo. Cuando ibamos con la Escuela al Campo, un plan que hizo la revolución en el que enviaban a los estudiantes a trabajar al campo por uno o dos meses para que contribuyeran al proceso de producción, yo no iba al
baño durante los primeros 15 días. Los baños eran letrinas; un cajón de madera con un hueco en el suelo. El papel lo tenías que llevar tú de tu casa y ahí no había cadena que halar, por lo tanto, aquellos huecos despedían el mas terrible olor. Yo resolvía el problema de enfrentarme a eso muy fácilmente. No iba. Claro, a los quince días me empezaban unos retorsijones que pa qué...y no me quedaba más remedio que ir, pero en esas circunstancias, cualquier hueco era bueno.
Este párrafo que seguramente no les ha proporcionado las mejores imágenes, era necesario para explicar como me las agencié para no complicarme la vida por la ausencia de un inodoro decente.
Durante los 10 días que estuve allí no me hizo falta.
Pero para al tercer día, (que alguien me corrija si fue antes o después) al gobierno no le quedó más remedio que colocar unas letrinas en la calle adyacente a la embajada - por el extremo contrario a donde estabamos nosotros - porque estaba a punto de reventar una epidemia por culpa del arroyuelo fétido cuya fuente era el bañito fulano aquél.
Algunas personas no querían salir porque tenían miedo que los arrestaran estando fuera de la embajada, pero nosotros salimos porque no aguantábamos las ganas ya. Las letrinas eran nuevecitas, de madera clara y estaban limpias. También instalaron una tienda de campaña como enfermería, para atender algunos casos. Enrique me dijo que me hiciera la que me dolían los ovarios para ver si podíamos encontrar la manera de llamar a la casa. Pasamos por la enfermería, yo dije que me dolían los ovarios y...que si había algun teléfono por ahí...Me dieron dos aspirinas, me dijeron que no había teléfono y la enfermera vestida de militar nos preguntó a los dos por qué estabamos allí, tratando de ver si nos arrepentíamos. Le dijimos que porque nos queriamos ir del pais y con la misma entramos de nuevo y regresamos a nuestro rincón,
Para entonces comenzaba el murmullo de que si venían las visas.
Continuará
(Perdonen la demora en la continuación. Estoy trabajando duro con lo del censo y termino muy agotada, pero aquí seguiremos que queda mucho por contar. Saludos)
(Esta historia continúa AQUI)
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