Obie poco a poco fue perdiendo el miedo a ser abandonado de nuevo, pero antes de interiorizar eso, por si las moscas, rompió cuanto mueble se encontró en su camino. Tenía una insaciable necesidad de mascar algo y no se conformaba con los juguetes que le compramos. No es que no se conformara, es que los desbarataba en un segundo. Y entonces arremetía contra otra cosa, lo que fuera.
Se comió el borde completo de la mesa de centro del salón familiar, un mueble muy lindo y práctico que nos sirve también como mesa de comer cuando no tenemos visita. Rompió todos los cojines de los sofás de la sala. Los desguazó. Se comió dos o tres pares de tenis de su querido dueño. No sólo porque es el olorcito que le reconforta si no porque Juan dejaba los zapatos donde quiera. Hasta que aprendió. Le pusimos una rejita para que se contuviera de pasar de la parte del salón familiar hacia la sala y la escalera que da para los cuartos y rompió la cerquita y también descascaró la pared en el esfuerzo de tumbar la cerquita (ahora la brinca como si malanga. Da unos saltos que parece más una gacela que un perro). Se adueñó de uno de los sofás del salón familiar. El que esta enfrente al televisor.
Hasta que él llegó las perritas tenían prohibido subirse a los sofás. Obbie acabó con esa prohibición porque cuando el se subió, a Ciro y a Juan les pareció muy gracioso y no lo enseñaron a bajarse. Ahora los dos sofás del “ family” son de los perros. Un buen día le metió el diente al suyo y lo rompió también. De sus buenas maneras, con las que había llegado, solamente quedó en ese primer año la de no hacerse el dos dentro de la casa bajo ningún concepto. El aguanta, pide que lo saquen, pero no lo hace adentro. En cambio le encanta marcar territorio. No queda un rincón en el que no haya dejado huella de su identidad. Cada vez que tiene un chance se escapa, sube la escalera, se mete en el baño, tumba el cestico de la basura y riega todo lo que haya ahí por todo el baño, luego levanta la pata y se orina en la alfrombra del baño. Si los cuartos están abiertos, entra y se sube en las camas hasta que alguien lo sorprenda y entonces baja las escaleras a toda carrera eludiendo como puede el tiroteo de chancletas.
Eso es lo que pasó después. Durante un año me debatí entre la idea de abrirle la puerta y dejarlo salir a explorar nuevos horizontes, o llevarlo de una vez al Humane Society, o regalárselo a alguien, o mandar a mi hijo a mudar con perro y todo. Pero finalmente vencieron sus ojos chinos suplicantes, a los que no me puedo resistir.
Ya tiene un año y un poco más. Ha hecho muy buenas ligas con mis otras dos perritas. Se han convertido en una manada. Salen juntos para el patio y cuando están los tres afuera no molesta para entrar. Cuando esta él solo afuera sí, pero entonces las perritas vienen a darnos vueltas y pedirnos que le abramos la puerta al su niño. Para ellas será su niño porque ellas tienen ya cinco y nueve años respectivamente. Lo cuidan y lo besan y se acuestan con el en el sofá. Incluso le dejan que se coma su comida (y en eso él si que no respeta la edad ni el sexo . Primero come él y los demás que se las arreglen como puedan).
No podemos descuidarnos ni un segundo porque se roba la comida de nosotros también. Varias veces se ha comido los bistec de mi hijo (le importa tres pepinos que sea de su querido dueño) que le dejo en el sartén en la parte de atrás de la cocina. Pero él se las arregla para acercar el sartén hasta que lo tumba. Se zampa el bistec sin compartirlo con las otras dos infelices y luego te pone los ojos esos de yo no fui. Hemos aprendido a meterlo todo en el microondas, porque el horno de la cocina también lo abre. Lo que uno no quiera que él se coma hay que ponerlo dentro del microondas o encima del refrigerador.
Al principio era un poco agresivo y protector. Todavía lo es, pero ya ha ido aprendiendo a diferenciar entre los amigos y los desconocidos. Eso si, ladrones o intrusos no tendrían mucho chance. Cuando se enfurece los ojos chinos se le ponen mas chinos, la saliva le corre por la comisura de su bocaza y muestra los dientes blancos y puntiagudos, sin mucho alarde, pero con toda la intención de hacer de cualquier yugular un recuerdo del pasado.
Con todos sus defectos lo adoramos. Además, ya no le queda nada por romper.
4 comments:
Patry si quieres como veo que el animal esta bien alimentado, la asociación de chef chinos de Miami te lo compran por un buen precio, lástima que hayas sacado este post ahora porque para el recién pasado Año Nuevo Lunar ( 3 feb ) hubiera dado un buen asado con polvo de 5 perfumes, bien crocante, y si quieres te devolviamos la cabeza ( que no se come ) para que la hubieras embalsamado.
Pero bueno, todavia estas a tiempo.
Chico por qué no le vendes a los Chef Chinos tu paloma para que hagan un Palomilla Chow Mein, o tu Chipojo para que se hagan un despojo?
AL perro mío no los comemos nosotros, pero a besos.
Un ladrido para ti
¡Cómo te entiendo, amiga! Es que los perros como Obbie tienen un encanto especial. Gracias por compartir esa "confesión de amor canina" de ese modo tan ameno y especial como tú sabes hacerlo. Tal parece que te estoy oyendo hablar. Otra cosa. La foto es perfecta. En ella se aprecia muy bien el temperamento(o más bien, los "dos temperamentos") de ese "angelito chino".
Gracias Giselita!
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