Wednesday, September 8, 2010

Mariel, Treinta Años. El Mosquito


Después de estar un rato bajo el sol escuchando los insultos de las oficiales del ministerio del interior, por fin nos subieron al ómnibus. Ibamos en silencio, cada cual inmerso en sus propios miedos o ilusiones. Yo no tenía idea de que cosa era el Mosquito ese. Lo escuchaba mencionar pero hasta el momento para mi un mosquito era un insecto que picaba.

Agarramos Quinta Avenida oeste y seguimos por ahí para allá, pasando el destartalado Coney Island, del cual conservo aun preciados recuerdos, y luego la carretera que va para el Mariel.

El ómnibus se detuvo en un lugar costero. Al bajarnos ahí a mi derecha había algo asi como un campamento de carpas verdes y a mi izquierda un pequeno edificio de piedra, creo o algo rústico asi. Al frente, un terreno cementado y unos pies más alla, las rocas y el mar. Un poquito antes de las rocas habia unas letrinas. Eso era el famoso Mosquito.

Lo primero que hicimos al llegar allí fue pasar en fila india por la casita aquella de piedra, donde otros oficiales del ejército, o el ministerio del interior te revisaban lo que llevabas en la cartera y te ponían un cuñito rojo con la palabra Escoria en el papelito blanco que todos llevabamos y que era la visa, creo.

Me dio mucha pena que me quitaran el dinerito que mi mamá me había dado. Me dolía que ella me hubise dado un dinero de su trabajo y que esa gente se quedara con él. Por supuesto, los pesos cubanos no me iban a servir para nada en ninguna parte, pero ellos no tenían que quitármelos.

Los cubanos, siempre jaraneros y coquetos por muy oficiales que sean, no dejaban de coquetear con las mujeres. El que me tocó a mi me dijo Ay, tu no pareces escoria, y no me puso el sello rojo de escoria que te ponian en la visa con el propósito de humillarnos más, me imagino. Oh no, ya se, se lo ponian a la gente porque muchas personas que se fueron por el Mariel, se presentaban diciendo que habian estado presos, que eran esto y lo otro, y ellos le ponian el sello de escoria, para humillarlos mas, en resumidas cuentas.

Ahi nos dijeron que fueramos para las carpas y esperáramos a que nos llamaran para abordar un barco.

Pasamos una noche allí, no recuerdo haber dormido pero si habia como unos catres y también repartieron unas cajitas con comida. La comida era arroz con huevo duro y yogurt. En las carpas, la muchachita aquella y yo nos hicimos amigas de otra muchacha que tambien estaba sola. Ahora éramos tres.

LLegó el siguiente dia, que era el primero de Mayo. Aquellas dos muchachas y yo paseabamos por alli mirando la gran línea de gente que había para abordar los barcos, aunque no veiamos ningun barco alli. Fuimos a las letrinas, volvimos a las carpas, nos parabamos a mirar la linea pero nada. Nadie nos llamaba. Entoces preguntamos a los que estaban en la linea y nos dijeron que habia dos lineas. Una de hombres solos y una de familias. Que ellos (los soldados) iban llenando los botes eligiendo a una familia y a un hombre solo, y asi.

Y las mujeres solas? - Pregunté?

Las mujeres solas tienen que ir para el final de la cola - me contestó uno de los de la cola.

Ah si? No me digas? Pérate.

Fui a ver al tipo oficial que estaba al frente de la operación "Escoje a la gente" y le dije que era injusto que las mujeres solas tuvieran que ir para el final de la cola y que debia de haber una linea tambien para mujeres solas. El hombre estaba de buenas y le pareció justa mi propuesta, de modo que me dijo: Esta bien, ponganse ahi alante ustedes tres y cuando pidan mas gente llamamos a una unidad de cada fila.

Nos pusimos muy orondas al principio de la fila. Pero la felicidad nos duró poco cuando de pronto empezaron a llamar y me escogieron a mi y a la otra muchacha última que habiamos conocido, pero a la que vino conmigo en el carro no. Vacilé por un instante. Me quedo para el próximo barco, pensé. Pero aquello bien aprendido de que pa'tras ni pa coger impulso me convenció. Ya habia dejado a mamá y mi hermana. Ya había dejado a Enrique. AHora me tocaba dejar a esta pobre niña, allí, aunque fuera en punta para irse, pero solita. Una vez mas seguí adelante pero con el corazon partido. El recuerdo de aquella niña que había conocido hacia unas horas, a la que le había dado cierto amparo en mi condición de mojona un poco mayor y que de pronto tenía que dejar solita otra vez, todavía me aprieta el corazón.

La otra muchacha, creo que se llamaba Mercedes, y yo nos unimos al grupo de gente que había sido elegido en esa ocasión. De ahí nos llevaron a otro ónmibus. Ese sí era el último viaje en La Habana. Ese ónmibus nos llevaría al Puerto del Mariel donde nos estaba esperando el barco que nos transportaría a nuestro destino.

Continuará

Este capitulo viene de aquí
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