Monday, September 13, 2010

Diosa de la Abundancia?


Por su libre albedrío, ellas van todos los días a encontrar la muerte. Seguramente saben que corren un riesgo mortal en su lucha por la supervivencia, pero allá van. O vienen en este caso. Vienen atravesando secretos laberintos y de pronto brotan, como manantial de puntos movedizos, por una mínima rendija que hay debajo de la ventana de la cocina.

Por largo tiempo jugué al Dios misericordioso. Las pobres hormiguitas no hacen daño, ellas sólo vienen para llevarse cualquier migajita que haya quedado en la meseta, o para hacer coro alrededor de una gota de jugo que quedó inadvertida después de haber pasado el trapo con cloro. Las veía tan afanosas, ciento una de ellas, por lo menos, tratando de llevarse una migaja de no sé qué, de un milímeto de largo por medio milímetro de ancho y un cuarto de milímetro de espesor. Lo peor es que tenían que arrastrar su carga por la meseta hasta llegar a la pared y luego escalar la pared hasta la rendija de la ventana, para luego desaparecer por ahí con su botín. Seguramente me dejaban la meseta llena de microscópicas goticas de sudor.

A veces tenía que esperar un rato que se fueran de la meseta para yo empezar mis labores culinarias. Si doy unos golpes en la meseta, ellas se apresuran y se van. Sordas no son. Otras veces les secaba las pequeñas lagunitas de agua que les impedían pasar para aquí o para allá, para que acabaran de recoger sus migajas y se fueran y yo poder cocinar. Animalitos de Dios! Ponen tanto esfuerzo en llevarse su alimento que vale la pena darles una mano.

Un día me tocaron a la puerta. No las hormigas...no, un hombre. Me asomé por la mirilla y al ver a un hombre en uniforme gris no pude evitar pensar que era un ladrón disfrazado de cualquier cosa, porque aquí se vive con esas paranoias, pero abrí ligeramente. Era un fumigador. Venía a ofrecerme sus servicios para acabar con esas" hormiguitas molestas que hay ahora en todas partes". Oh, gracias, no! Las mías no me molestan. - le dije. Ellas y yo convivimos en perfecta armonia.

Debí haberme quedado con su teléfono, porque pasó la temporada de las hormigas, llegó otra temporada y otra más y las mías seguían explorando mi meseta día tras día, ya últimamente sin esforzarse tanto porque yo, si veía alguna migajita de algo, en vez de botarla lo que hacía era aprisionarla para hacerla polvo para que las hormigas no pasaran tanto trabajo al llevársela.

Pero un dia, el dios de las hormigas amaneció con el "moño virao". Se acabaron las migajas. Cloro con la meseta a toda hora, especialmente por donde está la rendija, Nada de dejarle una migaja olvidada, y mucho menos dividida en paquetes ligeros de carga. Pero ellas siguen viniendo. A buscar qué? - Les pregunto. Ellas no me contestan y siguen invadiéndo mi cocina. Y me parte el alma, pero cada vez que llego y las veo buscando laboriosas algo que llevarse, agarro un trapo y barro con toda la familia. Siempre hay alguna que se habia quedado regazada o muy adelantada por otro lado, pero allá voy con el trapo asesino y la liquido también. No quiero testigos.

Llevarme legiones enteras no ha servido de nada. Hay una hormiga madre dentro del hormiguero, en las profundidades de la tierra, pariendo sin cesar miles de hormigas que en unos horas ya están en disposición de salir a buscar alimento para las otras miles que siguen naciendo. Y todas esas y las otras siguen viniendo todos los días a mi cocina. Desde el patio atraviesan la terraza de cemento y escalan la pared hasta la ventana. Los perros pasan por ahi e inadvertidamente pisotean el paso de las hormigas, mantando a unas cuantas, pero las otras siguen. Tienen una idea fija, Migaja. Ynada las detiene.

Y cada vez que las mato...me da pena. Quién soy yo para determinar el tiempo de vida de ellas?
Por qué ese genocidio infame contra unos seres que solo quieren llevarse las migajas que yo dejo? Esas ni siquiera pican. Son mansas. Ultimamente mandan unas cabezonas que parece que son jefes dentro de la jerarquia hormiguífica, que seguramente vienen a averiguar por qué las otras no han regresado con la valiosa carga. Pero con esas trapo también. Es que ya no aguanto. No tengo paciencia para esperar que se vayan cuando doy golpes en la meseta. Estoy apurada para hacer la comida y no puedo hacerla con ellas acechando. Y tampoco tengo tiempo de andar secando lagunitas para que ellas pasen.

Buscando una solución que satisfaga a ambas partes, las últimas veces que me he llevado el batallón de turno, he dejado un par de ellas con vida. A ver si van y le cuentan a la madre reina que hay peligro en la cocina de la meseta blanca. Que allí hay una monstra gigantesca con un trapo color naranja que huele a una sustancia química y que de pronto ataca con el trapo y extermina de un viaje a cientos de ellas.

-Pero esa no era nuestra Diosa de la Abundancia, que antes les dejaba las migajas y hasta se las partía para que las pudieran cargar? -Preguntó la paridora.

-Bueno, no sé yo nací antier.

-Y dónde esta el cabezón jefe de brigada que envié con el batallón tuyo?

-Quedó en el trapo también. No nos mande más alli por favor, Hormiga Madre.

Pero la hormiga madre no escucha estos lamentos. Ella es la cupable de que yo me sienta cumpable. Porque ella sigue enviando sus legiones. Y si no regresan 204, ella manda 310.

La Diosa de la Abundancia es ahora la Diosa Exterminadora, pero la madre hormiga sigue pariencdo como si malanga.







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2 comments:

Alfredo Pong said...

En mi casa llegamos a un acuedo ellas y yo, les pongo azucar, migajas afuera, en el borde de la ventana, asi ellas no entran, cogen su carga y yo no me veo en la necesidad de violar la ley de Buda de no matar ningun ser viviente por pequeño que sea al menos de forma deliberada.

Patricia said...

Buena idea, Pong. La verdad que detesto matarlas, pero ya no resisto la invación constante. Buda ne debe haber desheredado ya.